BOMARZO (UN LIBRO PARA UN VIAJE)




BOMARZO
(UN LIBRO PARA UN VIAJE)

SANTIAGO PAZOS



Si bien es cierto que con alguna frecuencia tiendo a la ensoñación, no me considero una persona fantasiosa. Aunque siendo sincero, tengo que aceptar que suelo serlo con la  frecuencia que una buena novela o un buen libro de poemas cae en mis manos. También, ya lo sabéis, cuando veo una de esas películas en las que me hubiese gustado ser, como mínimo, un simple extra, o cuando me adentro en esas masas etéreas de color que llevaron al suicidio a Rothko. (Ya lo decía mi admirado Severo Sarduy al final de ese maravilloso soneto dedicado al gran pintor: "El rojo de la sangre derramada / selló su exploración. También su vida.")

Creo, alegando excusas para suavizar mi culpabilidad, que es una característica bastante generalizada entre los niños que sufrimos la escasez material, cultural y vital en épocas determinadas (en mi caso la negrura dictatorial del franquismo). 

Mas si la fantasía fuese delito, yo agradezco esa capacidad que creo poseer para sublimar ese mundo utópico que la realidad me niega y la literatura me regala. Un don personal que me permite dar cuerpo, vida y color a los personajes y lugares, reales o inventados, de las historias que me gustan.




Esto que cuento me pasó con “Bomarzo”, de Manuel Mujica Láynez, una novela histórica fabulada, de estilo fantástico, sobre el Duque jorobado Pier Francesco Orsini (Vicino), en la que cuenta la vida y describe las costumbres de la época renacentista, prácticamente todo el siglo XVI, tomando como argumento la carta astrológica del noble.



Me enganchó desde el principio, me sentí amado por su abuela y protectora, dolido por las vejaciones a las que le sometía su hermano Girolamo, odié al Papa Pablo III, amé a su esposa Giulia Farnese, asistí a la coronación de Carlos I de España, me entrevisté con Cervantes durante la batalla de Lepanto, acompañé a Miguel Ángel por las calles de Florencia para dejar a David en su pedestal, atendí a los cuidados del alquimista Paracelso, y admiré al escultor orfebre Benvenuto Cellini (del que también recomiendo “Mi vida”, su autobiografía), etc, etc, etc.





Pero fundamentalmente disfruté y me apasioné con la transformación que Vicino Orsini hizo del Monte Casoli para convertirlo en el Parque de los monstruos. Un bosque sagrado dedicado a su mujer con una colección impresionante de esculturas, de personajes míticos y animales fantásticos, esculpidas en las rocas del mismo monte, entre las que destaca la enorme y fantasmal Boca del infierno.


Cuando terminé ese libro me quedé con la impresión de que la parte relacionada con el parque era una fantasía del autor hasta que años después me enteré, con gran sorpresa, a través de un suplemento de viajes, que existía, que el Bosque Sagrado podía visitarse. Al principio me enfadé un poco, había estado en Roma y ni se me pasó por la cabeza investigar un poco. De todos modos no resultaba fácil hacerlo en aquellos tiempos del siglo pasado, ahora es distinto, escribes Bomarzo en la Wiki y lo tienes todo en un clic.


En 2005 volví a Roma y organicé una excursión para quitarme de encima esa espina amarga. Autobús a Viterbo (1 hora) y otro comarcal a Bomarzo (30 minutos). Allí estaba, en lo más profundo del Lacio italiano, tal y como Mujica Láynez me lo había descrito, la obra maravillosa de un loco, un resentido, un visionario o un atormentado. Una obra que sorprendió, aparte del escritor, a Dalí, Antonioni y Visconti, entre otros muchos, y que inspiró una ópera a Alberto Ginestara. Incluso hay un retrato que se cree que es de Vicino pintado por Lorenzo Lotto en la Galería de la Academia de Venecia y que aparece en la portada del libro.


Os aseguro que es un interesante plan para un viaje, real o imaginario, a través de un estupendo libro. Cosas que te descubre la buena literatura. Lean y vean.






 Y POR SI OS GUSTAN TANTO MARK ROTHKO COMO SEVERO SARDUY 
AQUÍ TENÉIS ESE SONETO QUE TANTO ADMIRO. 


No los colores, ni la forma pura.
Memoria de la tinta. Sedimento
Que decanta la luz de su pigmento,
Más allá de la tela y su armadura.

Las líneas no, ni sombra ni textura,
Ni la breve ilusión del movimiento;
Nada más que el silencio: el sentimiento
De estar en su presencia. La pintura

En franjas paralelas cuya bruma
Cruza la tela intacta aunque teñida
De cinabrio, de vino que se esfuma.

Púrpura, bermellón, anaranjada…
El rojo de la sangre derramada
Sello su exploración. También su vida.


Salud



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